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Los mayores desafíos de la política y de los gobiernos no están en los “qué hacer”, sino en los “cómo hacerlo”. Sobre los primeros no hay mayor dificultad, pues están en el terreno de las promesas electorales, donde todo cabe, y en el mejor de los casos en el ámbito de las buenas intenciones que, como bien dice el refrán, a menudo son las que pavimentan los caminos del infierno. El reto está en cómo poner en práctica lo que queremos hacer, y es ahí donde está la diferencia.
Sin ir más lejos, podría hablarles de muchas coincidencias, particularmente en lo social, con el discurso del Gobierno Central y de sus gobernadores afines sobre el diagnóstico de nuestros problemas. ¿Quién podría rechazar la idea, por ejemplo, de que la salud y la educación en Venezuela requieren mayor equidad y calidad? Sería tan poco sensato como plantearse eliminar las correspondientes misiones que, por el contrario, lo que requieren es crecer, institucionalizarse, democratizarse y dejar atrás todo sentido al servicio de una ideología.
Pero apenas pisamos el terreno de la puesta en práctica, surgen enormes diferencias relacionadas con dos modelos y dos maneras muy distintas de entender lo que debe ser el papel de un servidor público.
Modelos que nada tienen que ver con esa lección aprendida que repiten ciertos voceros oficialistas cada vez que se quedan sin argumentos, según la cual todo aquel que se atreve a llevarles la contraria trabaja para el imperialismo. Por fortuna, eso es más un cuento que sólo se creen los que lo echan, porque los fracasos de su acción de gobierno son cada vez más evidentes.
No, los verdaderos modelos que han venido perfilándose estos años tienen que ver más bien con cosas como las prioridades (¿es realmente el pueblo y sus necesidades o el proyecto ideológico que se quiere establecer en la realidad venezolana?), como la participación (¿participación de verdad o sometida a la voluntad del Presidente?), como el concepto de desarrollo (¿seguiremos el modelo estatista a ultranza, teniendo por referente a regímenes autoritarios y míseros, o el del crecimiento económico con progreso para todos?) y en última instancia se relacionan con la diferencia entre el caudillismo de quienes a estas alturas se empeñan en ir “detrás de un hombre a caballo”, como los hijos de la loca Luz Caraballo, y la de quienes pretendemos evolucionar hacia instituciones que funcionen para todos por igual.
Cuando en diciembre de 2008 el pueblo de Miranda nos dio su confianza, se nos presentó un gran reto. Para comenzar a realizar lo comprometido en nuestra campaña, primero había que recoger los pedazos de una institucionalidad destrozada por la anterior administración. Contemplar aquella falta de visión, aquel desapego por todo lo que implica una gestión mínimamente ordenada y efectiva, nos confirmó la idea de que hoy, como nunca, los venezolanos sabrían valorar una gestión que dejara atrás la palabrería y el conflicto permanente para enfocar sus energías en mejorar la vida del pueblo.
Fue así como entendimos que un paso esencial era constituir un equipo ejemplar, con profesionales ampliamente reconocidos tanto por su experiencia en el área como por su vocación hacia lo público. Hablo de gente que, además de estar cualificada de forma específica, tuviese la entereza para soportar los ataques que obviamente se nos vendrían encima y la capacidad de comprometerse a fondo, con entusiasmo, en una dinámica de estrecha colaboración con las comunidades.
Nos propusimos construir un gobierno para todos por igual, que brindara acceso a todos los beneficios que por derecho pertenecen a los mirandinos, sin discriminación de ningún tipo, sin distingo de pensamiento político, y si llegamos dispuestos a gobernar sin sectarismos, había que hacer lo propio en cuanto a la selección de los titulares para ese gran equipo de gobierno que necesitábamos.
Es así como atrajimos personas a menudo poco conocidas en los ambientes de la política, pero muy respetadas en sus ámbitos profesionales, gente con angustias y sueños en lo colectivo, que encontraron en Miranda un gobierno dispuesto a dejarles trabajar, a convertir en hechos trascendentes sus ideas de avanzada, ya fueran en salud, seguridad, educación o economía.
Son ellos los auténticos protagonistas de una gestión que se logró sobreponer a la limitante de una administración central que nada más llegando arrebataron todo un conjunto de competencias que nos hubiesen permitido demostrar mucho más rápido que sí era posible tener servicios de mayor calidad.
Pese a ello, armados con este equipo lleno de talento y sentido de responsabilidad, en dos años y medio hemos logrado mucho más de lo hecho en los cuatro años anteriores, a pesar de que contaban con todas las competencias y recursos y con todo el apoyo del Ejecutivo Nacional a una de sus figuras fundamentales.
Los pusimos en evidencia. Por eso, cada vez que pueden juegan con mayor fuerza a nuestro fracaso, temerosos de que lo alcanzado sirva de espejo a nivel nacional, aunque quien se beneficia de todos nuestros planes es el pueblo mirandino. Que sigan intentándolo, nosotros nos mantendremos firmes en nuestras convicciones, sin pararle al saboteo, convencidos de que cuando hacemos las cosas bien, pasan cosas buenas.
Frente al estilo de un gobierno que sólo se ocupa tarde y mal de los problemas, cuando el agua le llega al cuello (se trate de la electricidad, la vivienda o la inseguridad), estoy seguro que el pueblo elegirá una manera de gobernar para todos y en equipo, con gente que sabe lo que hace e involucra al pueblo, como estos profesionales de los que nos sentimos tan orgullosos en el ejecutivo regional, que saben hacer equipo con la comunidad y mantienen la mente puesta es ese otro equipo del que todos formamos parte: el pueblo de Venezuela.
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